El analista y experto en inteligencia estratégica, Ing. Luis Saavedra Contreras, comparte su visión crítica sobre los desafíos históricos que enfrenta el Perú en temas de identidad, defensa y soberanía. Con una perspectiva basada en la experiencia y un análisis agudo de la historia, Saavedra explora los efectos que ha tenido la Guerra del Pacífico en la psiquis nacional y cómo este trauma histórico influye en las decisiones políticas y estratégicas del país. La entrevista se convierte en un llamado a repensar la identidad peruana y a reconsiderar el rol de la defensa nacional en un contexto de competencia regional y desafíos globales.
Usted ha mencionado en otras ocasiones que el Perú arrastra un “síndrome de derrota” desde la Guerra del Pacífico. ¿A qué se refiere con esto, y por qué considera que sigue afectando al país?
Cuando hablo de un “síndrome de derrota”, me refiero a una mentalidad que se ha transmitido de generación en generación desde la Guerra del Pacífico. Esta mentalidad está marcada por la sumisión, el miedo y la resignación, una especie de “castración mental” que ha inhibido nuestra capacidad de actuar con firmeza ante cualquier amenaza. A lo largo de la historia, las derrotas y ocupaciones dejan cicatrices profundas en la psique colectiva de un pueblo, y el Perú no es la excepción. Si miramos ejemplos como el de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, vemos cómo se emprendió un proceso de desnazificación para erradicar cualquier vestigio de sumisión a la ideología nazi. Ese proceso fue una especie de “sanación” que ayudó a restablecer el orgullo nacional. En el caso peruano, sin embargo, no hemos realizado un proceso similar de sanación tras nuestra derrota en la Guerra del Pacífico. Esa guerra nos dejó no solo una pérdida territorial, sino una herida psicológica que sigue abierta y que afecta nuestra forma de vernos a nosotros mismos como nación.
¿Podría profundizar en cómo esta falta de “sanación del trauma”, como usted la llama, ha afectado específicamente a la identidad colectiva del Perú?
Claro. Uno de los efectos más visibles de este trauma es la narrativa derrotista que ha impregnado nuestra identidad colectiva. Durante la ocupación chilena en Tacna y Arica, por ejemplo, los peruanos estaban obligados a rendir homenaje a la bandera chilena, y este acto de sumisión se normalizó hasta el punto de que hoy utilizamos la expresión “saludo a la bandera” para referirnos a algo que no tiene valor. En vez de enaltecer los momentos de resistencia, de valentía, como hacen otras naciones, nosotros hemos adoptado un discurso de resignación. La identidad colectiva de un país es fundamental para su cohesión y su capacidad de defenderse, pero en el Perú esta identidad se ha construido en gran parte sobre una narrativa de derrota, lo que ha inhibido nuestra capacidad para unirnos frente a las amenazas externas.
Sostiene que otros países han logrado sanar traumas similares. ¿Podría dar algunos ejemplos y explicarnos por qué cree que el Perú no ha podido hacerlo?
Claro, tenemos el caso de Israel, que desde su fundación en 1947 ha estado en guerra o en conflicto constante. Pero en lugar de adoptar una mentalidad de resignación, los líderes israelíes han promovido un discurso de fortaleza y dignidad, que ha ayudado a construir una identidad nacional sólida y resiliente. En Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial, el proceso de desnazificación implicó no solo la erradicación de la ideología nazi, sino también la reconstrucción de una identidad que permitiera a los alemanes enfrentar su pasado y moverse hacia el futuro con dignidad. En el Perú, sin embargo, no hemos tenido un proceso similar. Seguimos repitiendo una narrativa de “país hermano” con Chile, como si eso fuera suficiente para sanar las heridas del pasado. Esa idea de fraternidad, que es más una construcción idealista que realista, no ayuda a construir una identidad fuerte y unida; más bien, perpetúa una actitud de sumisión que nos hace vulnerables.
Usted ha señalado que la falta de inversión en defensa es un reflejo de esta mentalidad de derrota. ¿Cómo explica esta relación entre identidad y defensa?
La defensa nacional es, en última instancia, una expresión de la identidad de un país y de su compromiso con su soberanía. Un país que valora su identidad y se siente orgulloso de su historia invertirá en defensa, porque sabe que debe estar preparado para protegerse. En el Perú, en cambio, la defensa ha sido relegada a un segundo plano, y eso refleja la falta de un sentimiento de orgullo nacional unificado. Esto también tiene que ver con la narrativa de que la guerra es algo “malo” que debe evitarse a toda costa. No quiero decir que la guerra sea buena, pero es importante entender que la defensa no es solo un gasto; es una inversión en la seguridad y dignidad del país. Si seguimos viendo la defensa como algo innecesario, estaremos perpetuando la idea de que no vale la pena luchar por el Perú.
Al señalar que otros países perciben la defensa como algo esencial para su seguridad y dignidad ¿Cree que el Perú debería adoptar una postura similar?
Sin duda. La defensa no debe verse como una herramienta de agresión, sino como un medio para garantizar la paz y la soberanía. Chile, por ejemplo, ha construido una fuerza militar formidable, y lo ha hecho no porque busque la guerra, sino porque entiende la importancia de estar preparado. Ellos han aprendido que una defensa fuerte es una garantía de estabilidad y respeto en la región. En el Perú, en cambio, se sigue viendo la defensa con indiferencia. No solo tenemos equipos obsoletos, sino que la mentalidad de las autoridades parece ser que la guerra es algo que nunca va a suceder. Esta es una visión peligrosa, especialmente en un contexto regional donde las tensiones pueden escalar rápidamente. Si no nos preparamos, estamos enviando el mensaje de que no valoramos nuestra soberanía.
De otro lado, en varias ocasiones ha hablado sobre la falta de cohesión institucional en el Perú. ¿Qué impacto tiene esto en la defensa y la soberanía nacional?
La cohesión institucional es esencial para la defensa de cualquier país. Un Estado fuerte y cohesionado proyecta una imagen de estabilidad y orden, lo cual disuade a cualquier actor externo de intentar imponer sus intereses. En el Perú, sin embargo, existe una fragmentación en las instituciones que refleja una falta de respeto mutuo. Cada entidad —el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial— parece creer que está por encima de las otras, y eso crea un ambiente de desorden que es fácilmente explotable. Si entre nosotros no respetamos nuestras propias instituciones, los países vecinos tampoco lo harán. La soberanía se construye sobre la base del respeto y la cohesión interna, y si seguimos actuando de manera desorganizada, estamos debilitando nuestra posición en la región.
¿Cree que esta fragmentación institucional refleja también una crisis de identidad nacional?
Sí, absolutamente. La falta de cohesión institucional es una manifestación de la falta de una identidad nacional fuerte y unificada. Si tuviéramos una identidad clara y un compromiso compartido con el país, cada institución actuaría en beneficio del Perú, en lugar de buscar su propio interés. Esta crisis de identidad es lo que nos lleva a ver a las instituciones como algo ajeno a nosotros, cuando en realidad deberían ser la representación de nuestros valores y principios como nación. La identidad nacional no es solo un sentimiento; es una fuerza que impulsa a los ciudadanos a actuar en beneficio del país. Si no tenemos esa identidad, nuestras instituciones se vuelven débiles y nuestra soberanía, vulnerable.
Menciona, en varias ocasiones, la competencia regional, particularmente con Chile. ¿Cómo percibe usted el balance militar entre Perú y Chile?
El balance militar entre Perú y Chile es un ejemplo claro de cómo la defensa puede utilizarse como una herramienta de poder. Chile ha invertido significativamente en su defensa, y hoy en día cuenta con equipos modernos y personal bien entrenado. En contraste, el Perú sigue operando con equipos obsoletos y no parece haber una visión clara de modernización en el horizonte. En términos de capacidad militar, estamos en desventaja, y esa desventaja no solo es una vulnerabilidad, sino también una señal de debilidad. Chile ha aprendido que la defensa no solo es una cuestión de armas, sino de proyección de poder y de respeto. Ellos tienen tanques, cazas, submarinos, mientras que nosotros seguimos canibalizando piezas para que nuestros aviones sigan volando. La diferencia es abismal y, en mi opinión, peligrosa.
¿Qué opina sobre la posibilidad de un conflicto en la región? ¿Cree que el Perú debería estar más preparado?
Siempre existe la posibilidad de un conflicto, y aunque no se trata de ser alarmistas, debemos ser realistas. En política internacional, la paz no es una garantía; es el resultado de la preparación y el equilibrio de fuerzas. La historia nos enseña que los conflictos surgen cuando uno de los actores percibe una oportunidad para imponer sus intereses. En América Latina, especialmente en el contexto del Perú y Chile, el conflicto directo puede no ser inminente, pero las tensiones territoriales, los intereses económicos y las aspiraciones de poder siempre están presentes. Si el Perú no está preparado, enviamos el mensaje de que somos vulnerables y, en un momento crítico, esa percepción de debilidad podría ser suficiente para alentar una confrontación o, al menos, una presión externa que limite nuestra soberanía.
Prepararse no significa desear la guerra, sino prevenirla. Si tenemos una defensa sólida, demostramos que estamos dispuestos a defender nuestros intereses y eso, en sí mismo, puede disuadir cualquier intento de agresión. En mi opinión, el Perú debería estar más preparado, no solo en términos de armamento, sino en la adopción de una política de defensa coherente que se base en la cohesión nacional y en una identidad fuerte. Necesitamos una estrategia que contemple no solo la modernización del equipo militar, sino también el fortalecimiento de nuestras instituciones y el fomento de una identidad patriótica en nuestra ciudadanía.
Respecto a la visión para una nueva política de defensa en el Perú ¿Qué propone para que el país esté mejor preparado ante estos desafíos?
Mi visión para una política de defensa integral en el Perú se basa en tres pilares: defensa estratégica, fortalecimiento institucional y educación cívica. La defensa estratégica implica no solo actualizar y modernizar el equipo militar, sino también desarrollar capacidades en áreas como inteligencia, ciberseguridad y vigilancia tecnológica, aspectos que son esenciales en el contexto actual de conflictos híbridos. No se trata de acumular armamento, sino de construir una capacidad de respuesta rápida y efectiva.
El segundo pilar, el fortalecimiento institucional, es fundamental porque la defensa no puede depender solo de las Fuerzas Armadas; necesita el respaldo de un Estado fuerte y cohesionado. Cada institución debe reconocer su papel y colaborar en beneficio de la soberanía nacional. Si logramos construir una estructura de poder respetuosa y coordinada, proyectaremos una imagen de estabilidad y fortaleza que será respetada tanto por la ciudadanía como por los países vecinos.
Finalmente, el pilar de la educación cívica es esencial para construir una identidad nacional sólida. Propongo la creación de programas educativos que inculquen en los jóvenes el valor de la patria, el respeto por las instituciones y la importancia de la defensa nacional. Esta educación debe extenderse más allá de las escuelas y convertirse en un esfuerzo conjunto del Estado, las organizaciones civiles y los medios de comunicación. Si logramos que las futuras generaciones valoren y comprendan la importancia de la soberanía, estaremos sentando las bases para un Perú más fuerte y resiliente.
¿Cómo deberíamos reflexionar los peruanos, y sus autoridades, frente a los desafíos que ha planteado?
Mi mensaje es simple: debemos superar el legado de derrota y construir una identidad nacional fuerte y unida. Tenemos que ver nuestra historia no solo como una serie de derrotas, sino como una lección sobre la importancia de la resistencia y la dignidad. El Perú necesita una identidad en la que el orgullo nacional, el respeto por la patria y la disposición a defenderla sean valores fundamentales.
A las autoridades les diría que tienen la responsabilidad de liderar este cambio. No podemos seguir relegando la defensa a un segundo plano ni permitir que nuestras instituciones se fragmenten por intereses personales o políticos. La defensa nacional es una tarea de todos, y para construir un Perú soberano y respetado, necesitamos cohesión, compromiso y visión. Si trabajamos juntos y adoptamos una postura de dignidad y firmeza, inspiraremos a las futuras generaciones a defender con orgullo y determinación su país.
En última instancia, el Perú merece ser un país fuerte y respetado, tanto en la región como en el mundo. Pero ese respeto no llegará por sí solo; debemos construirlo con esfuerzo, unidad y una visión clara de nuestro valor como nación.