El Ejército ruso ha recuperado más de la mitad del territorio conquistado por su contraparte ucraniano en la región de Kursk en agosto pasado, tras una ofensiva que cogió desprevenido al Kremlin y que lo obligó a trasladar tropas, sacadas de aquí y de allá, para frenar el avance enemigo. En este escenario, cabe preguntarse si una victoria rusa en Kursk devendrá en la derrota definitiva de Ucrania en la guerra, a similitud de lo que le pasó a la Wehrmacht luego de la operación Ciudadela.

Porque lo cierto es que, grosso modo, estas acciones militares tienen paralelismos interesantes, entre los que destacan no solo la región en la que se combate, sino también los objetivos perseguidos por los asaltantes. Es decir, en ambos casos se buscó conseguir objetivos políticos más que militares, en un intento desesperado por demostrar, a propios y extraños, que todavía se disponía de fuerza física y espiritual para seguir en la lucha, así como, de ser posible, propinar al enemigo un golpe lo más duro posible en el intento.

Lo que pasó en julio de 1943

Luego de la severa derrota sufrida por la Wehrmacht en Stalingrado, a inicios de febrero de 1943, Hitler, deseoso de recuperar la iniciativa en el Frente Oriental, delineó un plan para atacar al Ejército Rojo en el saliente de Kursk, con la finalidad de hacerle ver a Stalin que la máquina de guerra nazi aún era temible. Pero también para calmar a sus aliados, que empezaban a dudar de la capacidad de Alemania para mantenerse en territorio soviético, lo que podía desembocar en su salida de la guerra, dejando a los germanos solos en la lucha.

Pues bien, la ofensiva alemana, en la que participó la elite de las fuerzas blindadas, se inició el 5 de julio y llegó a su fin solo ocho días después, incapaz de superar las potentes defensas levantadas por el enemigo, dado que el espionaje soviético estaba al tanto de ella. A partir de entonces, con el Ejército Rojo respirándole en la nuca, cada vez menos soldados y cada vez más penurias logísticas, la Wehrmacht inició una inexorable retirada de la Unión Soviética, que no se detuvo hasta Berlín, donde sucumbió en una última y feroz batalla.

Lo que pasó en agosto de 2024

Después del fracaso de la ofensiva estratégica lanzada, entre junio y noviembre de 2023, contra las fuerzas rusas de ocupación y de la reanudación del avance enemigo, lento pero constante, en el este y el sur de Ucrania, Kiev lanzó el 6 de agosto pasado una ofensiva limitada en la región de Kursk, para levantar la moral de la población y de las fuerzas armadas, y para mostrar a sus aliados que la lucha aún estaba lejos de terminar. A diferencia de 1943, esta vez la inteligencia rusa no pudo prever el ataque.

Pero a la fecha el Ejército ucraniano ha perdido casi el 60 % de los 1,320 kilómetros cuadrados que ocupaba a fines de agosto, a la par que su contraparte rusa concentra más soldados en el área para expulsar a las fuerzas invasoras. Aun así, resiste a pie firme los asaltos rusos, en medio de los problemas que enfrenta Kiev para reclutar más hombres y reponer las filas de sus agotadas fuerzas armadas, algo que le resulta menos difícil a Moscú, que dispone de mayor población para movilizar y, además, se apresta a lanzar a la batalla a 10,000 soldados norcoreanos.

El tiempo tiene la palabra

La situación del Ejército ucraniano en este momento se asemeja a la que tenía la Wehrmacht durante la batalla de Kursk, donde concentró una buena parte de sus recursos humanos y materiales en desmedro del resto del frente. Kiev actuó de manera similar en agosto, retirando unidades de combate valiosas y fogueadas del este y sur del país, aun en medio del incesante avance ruso. Entonces, una eventual victoria rusa en Kursk bien puede suponer el principio del fin para Ucrania, como aconteció con Alemania en la Segunda Guerra Mundial.

El caso es que, a pesar de todo, Ucrania aún tiene cartas que jugar, algunas temibles y peligrosas, como atacar territorio ruso con misiles de largo alcance, cosa que acaban de autorizar las potencias occidentales, traspasando una nueva “línea roja” del Kremlin, que ha modificado su doctrina nuclear en aras de ampliar el umbral para el uso de armas atómicas. Quizá se trate ya del último intento que realice para disuadir a la OTAN, por lo que el próximo paso podría tomar la forma de “la amenaza mediante la acción”.

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