La reciente decisión de Rusia de revocar la ratificación del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (CTBT), suscrito en 1996 y refrendado por la mayoría de los países del mundo, vuelve a poner sobre el tapete el tema de la carrera nuclear, en momentos que las fracturas geopolíticas globales se profundizan. De este modo, asistimos a una partitura ya conocida, que, más allá de pausas y acuerdos interesados, nunca se ha detenido desde 1945.
Varios son los tratados que han limitado el número de armas nucleares en posesión de Estados Unidos y Rusia, países que concentran alrededor del 90% de ellas y que cuentan con la tríada nuclear, que impide la posibilidad de aniquilación de la totalidad del arsenal atómico del contrario y que, por tanto, garantiza la disuasión nuclear, que toma forma bajo la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD).
ABM, la primera víctima
Estados Unidos y Rusia, conscientes del equilibrio estratégico alcanzado en materia nuclear, suscribieron en 1972 el Tratado de Limitación de Misiles Antibalísticos (ABM), que prohibía el desarrollo de sistemas antimisiles en gran escala, debido a los ingentes recursos económicos que ello demandaría. De este modo, su emplazamiento se restringió a las cercanías de Moscú y de Washington, con lo que las ciudades de uno y otro bando se convertían en rehenes de la MAD.
Pues bien, poco después del 11-S, George Bush (2001-2009) anunció la decisión de Estados Unidos de retirarse del ABM, lo que se concretó en el 2002, en medio de las protestas de una débil Rusia, que alegaba que se estaba afectando la doctrina de la disuasión nuclear. En este año, empero, suscribieron el Tratado de Reducciones Estratégicas Ofensivas (SORT), que limitaba a 2,200 el número de ojivas nucleares operativas de cada parte para el 2012.
BMD con luz verde
Así las cosas, Estados Unidos tuvo las manos libres para poner en marcha la Defensa de Misiles Balísticos (BMD), también llamada Escudo Antimisiles, una reedición en menor escala de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), más conocida como Guerra de las Galaxias, con la que Ronald Reagan (1981-1989) buscaba dejar sin efecto a la MAD, creando una red de armas interceptoras basadas en tierra, el mar y el espacio.
La BMD, implementada durante los gobiernos de Bush y Barack Obama (2009-2017), pretende interceptar misiles balísticos de alcance corto (SRBM), medio (MRBM), intermedio (IRBM) e intercontinental (ICBM), en cualquier fase de su trayectoria. Además de Estados Unidos (Alaska y California), se ha instalado en Polonia y Rumania, así como en Japón, tanto en plataformas terrestres como navales, razón por la que no solo Rusia, sino también China se oponen a ella.
START III, reacomodo de fichas
La BMD dificultó, pero a fin de cuentas no impidió la suscripción, en el 2010, por parte de Estados Unidos y Rusia, de la tercera versión del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START), que fijó un límite de 1,550 ojivas nucleares y 750 vectores para cada parte, esto es, una reducción de 30% en relación a lo convenido en el SORT, aunque lo cierto es que este tratado no estipulaba medidas para la verificación de lo establecido ni para la destrucción de las ojivas sobrantes.
Cabe señalar que la Asamblea Federal de Rusia ratificó el START III junto a un documento que establecía, de forma vinculante, la relación entre las armas estratégicas ofensivas y defensivas, en alusión a los misiles balísticos y a los sistemas de defensa antimisil, respectivamente. En ese sentido, aprobó una declaración especial en la que se reservó el derecho de abandonar ese tratado en caso que la BMD amenace los intereses nacionales del país.
INF, de vuelta a las andadas
Con todo, el control de armas nucleares sufrió un rudo golpe con la decisión de Donald Trump (2017-2021) de retirar a Estados Unidos del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), suscrito en 1987 por Estados Unidos y la Unión Soviética, y que prohibía producir, probar y desplegar misiles balísticos y de crucero de entre 500 y 5,500 km de alcance, obligando a ambas potencias a sacar las armas de ese tipo que habían desplegado en Europa.
Acto seguido, el Departamento de Defensa de Estados Unidos empezó a realizar pruebas de misiles balísticos de corto y medio alcance, al tiempo que notificaba su probable despliegue en países próximos a China y Rusia. Y, como si eso no fuera suficiente, Trump también retiró a su país del Tratado de Cielos Abiertos, vigente desde el 2002, que permite realizar vuelos de reconocimiento aéreo, como medida de confianza, sobre el territorio de las naciones signatarias.
START III, sí y no
Entonces llegamos a la presidencia de Joe Biden, quien, tras varios tira y afloja, acordó con Vladímir Putin, en enero del 2021, prorrogar cinco años más el START III, a poco menos de un mes de que expirase. Ello se produjo en medio de crecientes tensiones entre Rusia y Ucrania, que poco después llevarían a que el Kremlin iniciara una serie de maniobras militares en la frontera común.
En febrero del 2022, esta situación desembocó en la invasión rusa de Ucrania, en la que Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (NATO) se han volcado a favor del país agredido. En este contexto, Rusia suspendió en febrero pasado su participación en el START III y, recientemente, la Asamblea Federal aprobó un proyecto de ley que revoca el CTBT, documento que, dicho sea de paso, no ha ratificado Washington.
¿Qué está en juego?
El desmantelamiento del control de armas nucleares tiene varias implicancias estratégicas, máxime cuando, en términos prácticos, la carrera en este ámbito no se detiene. Estados Unidos, por ejemplo, anunció en el 2020 que había desplegado armas nucleares de potencia reducida en un submarino, mientras que Rusia informó en julio pasado que había probado con éxito un torpedo nuclear capaz de provocar tsunamis radioactivos.
Todo esto tiene lugar en medio de afirmaciones por parte de Rusia, país que en junio pasado desplegó armas nucleares tácticas en Bielorrusia, acerca de su voluntad de emplear estos ingenios en caso vea peligrar sus conquistas territoriales en Ucrania, que incluyen la península de Crimea. Y la verdad es que, teniendo en cuenta la catástrofe geopolítica que ello representaría para el gigante euroasiático, se trata de una advertencia que no debería tomarse a la ligera.
❯❯ Carlos Rada Benavides es analista de temas internacionales y de seguridad.