La crisis de seguridad nacional que afrontó Rusia el 23 de junio, producto del alzamiento del Grupo Wagner, revela el alcance de las fracturas existentes en sus estructuras militares y en su sociedad, así como la pérdida de liderazgo de Vladímir Putin. Esta situación tiene lugar en circunstancias que el Ejército ucraniano lleva adelante una contraofensiva que, de tener éxito, podría asestar un golpe definitivo a las pretensiones geopolíticas de Moscú.
El veloz avance de los mercenarios del Grupo Wagner en territorio ruso, que les permitió tomar el Cuartel General del Ejército en Rostov, un centro logístico y de mando vital para las operaciones militares en Ucrania, seguido del llamamiento de su jefe, Yevgueni Prigozhin, a un alzamiento popular contra Putin, se produjo tras semanas de puyas lanzadas contra la conducción de la guerra.
Y es que Prigozhin culpa al ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, y al jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Valeri Guerásimov, del fracaso en Ucrania, así como de ocultar las pérdidas reales que está sufriendo el Ejército. En ese sentido, en el transcurso de la feroz batalla de Bajmut, conquistada por los rusos a fines de mayo, aunque a un alto precio, se quejó de que la cúpula militar no le hacía llegar los suministros necesarios para llevar adelante las operaciones.
El culmen de la crisis llegó cuando el Ministerio de Defensa ruso conminó a los miembros del Grupo Wagner a integrarse a la estructura de las Fuerzas Armadas, situación que rechazó Prigozhin, quien, tras denunciar un ataque aéreo contra sus combatientes, optó por lanzar la operación militar contra Rostov y anunciar su decisión de avanzar hacia Moscú para derrocar a Putin, a quien ha llegado a llamar abuelo gilipollas.
Amigo común al rescate
Como es lógico suponer, esta situación generó una crisis en el Kremlin, que dispuso militarizar la capital. Seguidamente, Putin dio un mensaje televisivo hablando de traición y de la posibilidad de una guerra civil, así como llamando a la unidad nacional y exhortando a los miembros del Grupo Wagner a desistir de su accionar criminal, so pena de ser confrontados por el Ejército y afrontar cargos por terrorismo.
Al cabo de unas horas de máxima tensión, empero, la crisis se resolvió con la mediación del presidente de Bielorrusia, Alexánder Lukashenko, amigo tanto de Putin como de Prigozhin, a quien convenció de desistir de su accionar, a cambio de que el Kremlin levantara los cargos penales en su contra. De este modo, Prigozhin se trasladó a territorio bielorruso, desconociéndose cuál será el destino final del resto de integrantes del Grupo Wagner.
A propósito, a mediados de junio, Putin confirmó el despliegue de armas nucleares tácticas en Bielorrusia y reiteró a Occidente la imposibilidad de, según su criterio, infligir a Rusia una derrota estratégica. Cabe recordar que, en enero, el vicepresidente del Consejo de Seguridad, Dmitri Medvédev, afirmó que la derrota de una potencia nuclear en una guerra convencional provocaría el estallido de una guerra nuclear.
No obstante, el alzamiento del Grupo Wagner no es más que un nuevo síntoma de la fractura sociopolítica que existe en Rusia, pues a ello hay que sumar a los jóvenes que huyen del reclutamiento y las deserciones que se observan en las filas del Ejército, así como la aparente existencia de milicianos rusos contrarios a Putin que operan desde Ucrania, quienes, hace un mes, aseguraron haber realizado una incursión en la ciudad fronteriza de Bélgorod.
Ucrania observa y actúa
Mientras tanto, el Ejército ucraniano sigue adelante con la contraofensiva lanzada hace tres semanas, aunque hasta ahora sin obtener resultados palpables, más allá de recuperar algunas localidades menores. Ello, debido a las fuertes defensas levantadas por los rusos, contra las que, incluso, se han estrellado carros de combate occidentales como los Leopard 2, destruidos con fuego de artillería, drones y helicópteros, sobresaliendo entre estos últimos los Ka-52.
Según se dice, esta no sería sino la fase inicial de la tan esperada operación militar, destinada a sondear las defensas rusas en busca de puntos débiles. Una vez identificados, se buscará abrir brechas para lanzar en ellas a las reservas ucranianas, cuidadas como oro, a fin de explotar el éxito conseguido. Pero el objetivo estratégico del ataque parece claro: avanzar hacia la provincia de Zaporiyia para cortar el corredor terrestre ruso hacia Crimea.
Ahora bien, lo cierto es que Kiev sigue decidido a recuperar todo el territorio ocupado y anexado por Rusia desde el 2014, algo que, empero, no parece factible en términos militares ni políticos, máxime teniendo en cuenta el mazo nuclear de Rusia. Lo que sí podría conseguir, de tener éxito la contraofensiva, es sentarse a la mesa de negociaciones desde una posición de fuerza y, de este modo, procurar la recuperación de la mayor cantidad posible de su territorio.
El arribo de los tanques de batalla M1 Abrams y, sobre todo, de los aviones de combate F-16, puede reforzar la consecución de ese cometido. Mientras tanto, Ucrania buscará aprovechar la debilidad política y militar en que ha dejado a Rusia la revuelta protagonizada por el Grupo Wagner, para revitalizar su contraofensiva y poner contra las cuerdas a un Putin cada vez más aislado, debilitado y jaqueado.
❯❯ Carlos Rada Benavides es analista de temas internacionales y de seguridad.