Aunque todas las religiones tienen un mensaje claro de paz, en muchas oportunidades estas han sido utilizadas para justificar la violencia en diversos conflictos. La religión y la violencia deberían ser elementos opuestos, pero, luego de casi un siglo de conflictos armados con envoltorios y narrativas religiosas, nos hace pensar lo contrario.

En el imaginario occidental, el pretexto religioso en los conflictos armados, generalmente, es asociado a sectores de la religión musulmana, el islam; sin embargo, tanto la guerra de independencia de Irlanda, que culminó en 1922, como la posterior rebelión de irlandeses de Belfast contra la corona británica, estuvieron enlazadas por una reivindicación religiosa cristiana: irlandeses católicos contra protestantes / anglicanos británicos.

Recordemos la extinta Yugoslavia, donde los croatas católicos, los serbios ortodoxos y los bosnios musulmanes se enfrentaron y cometieron actos de inhumanidad y crímenes de guerra entre sí. El proyecto político en Croacia, Serbia o Bosnia que condujo a la guerra no fue religioso, no fue una guerra contra los incrédulos, ni contra aquellos que creían tener la verdad divina y consideraban a los “otros” infieles, pero la intervención de obispos católicos, popes ortodoxos y sheiks musulmanes pusieron su cuota de complejidad al independentismo de esas naciones del Adriático.

No negamos que la religión, como un elemento identitario, juega un papel importantísimo en el desarrollo de los conflictos y en la configuración de la identidad de los grupos violentamente opuestos, generando enemigos entre quienes profesan otra religión. Sin embargo, en todos los casos detrás de estas confrontaciones se esconde una agenda política y económica, una lucha geopolítica de actores mayores moviendo sus fichas para obtener un mayor poder regional, como entre Irán y Arabia Saudita, cuyas elites rivales utilizan elementos religiosos para perpetuar la violencia y la guerra.

Así, la religión se presenta como decisiva en la formación de la identidad de los grupos opuestos, con la excepción de los kurdos, cuya identidad nacional se antepone a la identidad religiosa, lo que en este caso ha generado incluso una identidad política que los distancia de otras formas de organización convencional. El 98 % de los kurdos en Irak es sunita y el 2 % es chiita. En Irán, los kurdos se dividen en sunitas y chiitas. Al priorizar la identidad nacional sobre la identidad religiosa, el núcleo de la plataforma política kurda puede ser una demanda de mayor autonomía o independencia de Irak, Irán, Turquía o Siria, es decir, convertirse en un Estado independiente.

De otro lado, la persecución religiosa existe en muchos países y ha empeorado en los últimos años, lo que ha provocado un aumento del número de refugiados por motivos religiosos.

Ninguna religión es inmune a este tipo de violencia, ya sea que esté expuesta a ella o la practique. La tercera parte de la población del mundo vive en países donde las restricciones gubernamentales a la religión o la hostilidad social relacionada con la religión han aumentado en las últimas dos décadas, incrementando la vulnerabilidad de las minorías religiosas en muchos países.

La famosa frase de Carlos Marx de que “la religión es el opio del pueblo” ha sido interpretada en dos sentidos: por un lado, efectivamente, como un sucedáneo de la droga adormecedora y por otro, como un refugio de calma ante las terribles condiciones de vida de la población que encuentra en la religión consuelo. Además, lado de la mano de la Teología de la Liberación como un incentivo movilizador para cambios sociales, hoy es difícil ver a la religión en el sentido de droga o del consuelo. 

Los actuales conflictos en el mundo y, particularmente, en Oriente Medio sugieren todo lo contrario: que la religión es un facilitador del conflicto político. Hoy en día, los grupos opuestos que buscan poder político o control territorial recurren a la religión para construir una identidad grupal, crear imágenes de enemigos, movilizar seguidores e incluso incitar a la violencia contra los contrarios.

La gran paradoja es que, oficialmente, la violencia es intolerable desde un punto de vista moral y así lo hacen saber las elites de todas las religiones. A pesar que muchos musulmanes o cristianos creen que sus libros sagrados no justifican la guerra o la violencia, quienes la cometen tienden a encubrirla para legitimar sus acciones con argumentos religiosos, citando convenientes párrafos de sus textos sagrados para justificar sus acciones.

El actual conflicto entre Rusia y Ucrania tampoco se ha visto libre de la intervención religiosa. Formalmente, tanto el Estado ruso como el ucraniano no son confesionales, pero, en la práctica, la relación tan estrecha entre esos gobiernos con sus propias iglesias ortodoxas da que pensar y en el caso ruso recuerda más a la relación del catolicismo español con el dictador Francisco Franco.

Durante la era soviética, la Iglesia católica gozó de algunos beneficios por parte del Estado, en desmedro de la Iglesia ortodoxa de Oriente. El posterior desmantelamiento de la Unión Soviética y la independencia de buena parte de sus repúblicas llevó también a la independencia relativa de las iglesias ortodoxas nacionales, y al crecimiento de estas. Ese crecimiento cuestionó el papel centralista de la Iglesia ortodoxa Rusa, cuyo gran cisma se dio en el 2019, cuando el patriarca Kirill I de Moscú adoptó las tesis de la Gran Rusia, que contempla la unidad política y administrativa de Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Eso hizo que su par, el Epifanio de Kiev y de toda Ucrania, saliera a la palestra condenando al Patriarca Kirill y cuestionando la sumisión de este a Vladímir Putin. Un hecho que deja claro que, si bien la religión no ha propiciado y ni siquiera alentado este conflicto, evidencia que las dos grandes iglesias ortodoxas orientales sí están en guerra.

Si bien en muchos países pobres la religión se ha convertido en un espacio de expresión del descontento y de reacción ante los factores que contribuyen a su situación, también ha resurgido un avance del conservadurismo o religioso, muy intenso y con vínculos complejos con conflictos nacionales o internacionales.

En Latinoamérica no tenemos conflictos internacionales en los que la religión esté involucrada. No obstante, dado el crecimiento del protestantismo, por un lado, y del catolicismo conservador, por otro, el peligro que se vislumbra es el de la presión que ejercen estos grupos para que se redacte o modifique cualquier Constitución definiendo el Estado en términos religiosos o acotándolo en ese sentido, lo que representa un retroceso que rompe con la igualdad social y política de los ciudadanos de no ser segregados por razones de raza, religión o género. Vivimos un período de tiempo en el que necesitamos reafirmar la importancia de la separación de los poderes político y religioso.

La Participación de las religiones en los siglos XX y XXI: pros y contras

Las religiones han desempeñado un papel significativo en la historia de la humanidad, moldeando culturas, sociedades y políticas en el transcurso de los siglos. Sin embargo, su participación en los siglos XX y XXI ha generado tanto elogios como críticas. Examinemos los pros y contras de esta participación.

PROSCONTRAS
1. Apoyo a la comunidad: las religiones proporcionan un sentido de pertenencia y comunidad para millones de personas en todo el mundo. A través de congregaciones, organizaciones caritativas y actividades sociales, han sido una fuerza unificadora que promueve la solidaridad y el apoyo mutuo.

1. Intolerancia y conflictos: a lo largo de la historia, las diferencias religiosas han sido una fuente de conflicto y violencia en todo el mundo. En los siglos XX y XXI, el extremismo religioso ha llevado a actos de terrorismo, persecución y guerra en nombre de la fe, exacerbando las tensiones interreligiosas, y socavando la paz y la estabilidad.
2. Valores morales y éticos: las religiones promueven principios morales y éticos que ayudan a orientar la conducta de sus seguidores. Estos valores, como la compasión, la justicia y la caridad, pueden contribuir positivamente a la cohesión social y al bienestar general de la sociedad.
2. Obstrucción del progreso científico: en algunos casos, las doctrinas religiosas han chocado con los avances científicos y tecnológicos, obstaculizando el progreso en áreas como la biotecnología (clonación y células madre), la educación sexual y la investigación médica. Esta oposición puede limitar el potencial de la humanidad para abordar problemas urgentes y mejorar la calidad de vida.
3. Inspiración para el activismo social: las religiones han sido una fuerza impulsora detrás de movimientos de justicia social y activismo político. Desde la lucha por los derechos civiles hasta la defensa del medio ambiente, sus enseñanzas han inspirado a muchos a abogar por un cambio positivo en el mundo.

3. Influencia política y poder: en muchas partes del mundo, las instituciones religiosas ejercen una influencia significativa en la política y el gobierno, lo que puede llevar a la promulgación de políticas sesgadas por motivos religiosos, y a la violación de los principios de laicidad y separación entre iglesia y Estado.

4. Consuelo y esperanza: en tiempos de crisis y dificultades, las religiones ofrecen consuelo espiritual y esperanza a quienes las practican. La fe y la creencia en un poder superior pueden proporcionar consuelo emocional y fortaleza para enfrentar desafíos personales y colectivos.


4. Dogmatismo y rigidez: algunas prácticas religiosas pueden promover el dogmatismo y la rigidez en la interpretación de las enseñanzas religiosas, lo que dificulta la adaptación a los cambios sociales y culturales. Esto puede resultar en la exclusión de aquellos que no cumplen con ciertos criterios religiosos, y en la perpetuación de prejuicios y la discriminación.

En conclusión, la participación de las religiones en los siglos XX y XXI ha tenido tanto aspectos positivos como negativos. Si bien han proporcionado apoyo comunitario, valores éticos y consuelo espiritual, también han sido fuente de conflicto, obstáculos para el progreso, y han ejercido influencia política y poder. Para avanzar hacia una sociedad más inclusiva y armoniosa, es importante reconocer y abordar tanto los beneficios como los desafíos asociados con la participación de las religiones en la vida pública.