El presidente de Rusia, Vladímir Putin, lanzó el 29 de febrero una nueva advertencia nuclear, tras la sugerencia de su par francés, Emmanuel Macron, de enviar a Ucrania tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). El caso es que, aunque muchos gobiernos europeos, por consideraciones diplomáticas, se han expresado en contra de esta posibilidad, lo cierto es que el mandatario galo solo dijo lo que es un secreto a voces: que Occidente está dispuesto a impedir, por todos los medios a su alcance, una victoria militar de Moscú sobre Kiev.

Ejemplo de ello son las “líneas rojas” de Rusia que la OTAN ha traspasado, sistemáticamente, desde el inicio del conflicto armado, entregando a Ucrania material cada vez más potente en términos de alcance, precisión y letalidad. La última de ellas fueron los tanques de batalla occidentales, incluidos los M1 Abrams, y la próxima serán los aviones de combate F-16, que llegarán en el transcurso del año. De este modo, la táctica del salami empleada por la alianza atlántica se ha revelado efectiva.

¿Qué está en juego en Ucrania?

La guerra de Ucrania representa la mayor y más trágica muestra de la nueva guerra fría que se está configurando en el mundo, en la que Occidente, es decir, Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Europea (UE), se enfrenta a China y Rusia. Hay que tener en cuenta que, desde que se iniciaron las hostilidades, hace ya más de dos años, la ayuda económica y militar occidental supera los USD 100,000 millones, monto al que ahora se añadirán otros USD 60,000 millones provenientes de EE. UU.

A ello hay que sumar la presencia en Ucrania de fuerzas especiales británicas, estadounidenses y francesas, así como el suministro al Ejército ucraniano de información vital proveniente de los satélites de la OTAN. Sin desdeñar las capacidades de los militares ucranianos, es evidente que la masiva ayuda que reciben de Occidente, les permite mantener en pie la lucha contra Rusia, a la que, si bien no han podido derrotar en el campo de batalla, han asestado fuertes golpes, en la forma de sabotajes y ataques a aeropuertos militares en su territorio.

Unas de cal, otras de arena

Desde la fracasada ofensiva lanzada por Ucrania a mediados del 2023, Rusia, aunque a un alto precio humano y material, ha realizado algunos avances territoriales, destacando, en febrero pasado, la conquista de Avdiivka, lo que refuerza su posición militar en el Dombás, donde se insertan Donetsk y Lugansk. Estas regiones, anexadas junto a Jersón y Zaporiyia en septiembre del 2022, le permiten a Rusia mantener un corredor terrestre desde el Dombás hasta Crimea, donde se ubica la base naval de Sebastopol, sede de la Flota del Mar Negro.

La alegría que produjo en el Kremlin la conquista de Avdiivka, empero, se vio empañada seis días después por el derribo de un A-50, avión de alerta temprana y control aerotransportado (AWACS), que se suma a otro, abatido en enero, en ambos casos a manos de misiles tierra-aire de largo alcance. Se trata de pérdidas sensibles para Rusia, que hacen que la guerra de Ucrania pase a la historia no solo por el empleo de misiles hipersónicos, sino también por el derribo de aviones AWACS.

Problemas gane o pierda Rusia

A estas alturas del partido, parece quedar claro que ni Occidente, que ha gastado decenas de miles de millones de dólares para sostener a Ucrania en la guerra, ni Rusia, que ha perdido decenas de miles de soldados y abundante material bélico, están dispuestos a ceder. De modo que, si Ucrania llegara a quedar al borde de la derrota, la OTAN se vería tentada a poner tropas en el terreno, y si Rusia se viera en igual situación, se vería animada a evaluar, seriamente, la posibilidad de utilizar una o más armas nucleares tácticas.

En uno u otro caso, la escalada estaría a la orden del día y las “líneas rojas” se desdibujarían rápidamente. Puede que, a pesar de todo, Rusia y la OTAN convengan en la necesidad de limitar el enfrentamiento a una guerra convencional, pero ni siquiera ello alejaría el peligro de un desenlace nuclear de la contienda, sea a nivel táctico o estratégico. La historia dice que la OTAN y el extinto Pacto de Varsovia (PV) eran dados a librar una guerra convencional, pero que siempre tenían cerca la opción nuclear si las cosas iban mal. Y, ojo, no les iba a temblar la mano.

❯❯ Carlos Rada Benavides es analista de temas internacionales y de seguridad.