Política y Estrategia conversó con Antonio Alonso Marcos, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad CEU San Pablo de España, sobre el estado de la disputa geopolítica global, que tiene como principales protagonistas a China, Estados Unidos y Rusia, y que genera cada vez más repercusiones políticas, económicas y militares para todo el mundo.

¿Cómo observa el camino del mundo hacia la multipolaridad? En ese sentido, ¿qué implicancias tiene la reciente ampliación de los BRICS?

Desde la caída del Muro de Berlín, desde el final de la Guerra Fría, el mundo ha ido como pollo sin cabeza. Al principio se experimentó una inmensa alegría en Occidente al ver que se derrotaba no solo a un enemigo estratégico, sino a todo un “imperio del mal”. Sin embargo, esto trajo consecuencias negativas, quizás no previstas, al quedar Estados Unidos como único actor proveedor de seguridad en el sistema internacional. Tuvo que hacer frente a multitud de desafíos y amenazas. La UE algo pudo aportar, pero el momento decisivo fue el ataque a las Torres Gemelas y la Guerra Global contra el Terror que vino después.

Si en 2001 nadie osó poner en duda la legitimidad de Estados Unidos para invadir Afganistán, el problema vino después, en 2003, cuando se empeñó en invadir Irak. A partir de ese momento, Rusia comenzó a levantar la voz, primero tímidamente, con más fuerza después, y a ella se le empezaron a sumar otros países que desafiaban la hegemonía norteamericana.

En ese entorno, Rusia comienza a sufrir las revoluciones de colores, se dan las primaveras árabes, China comienza a levantar vuelo en términos económicos, India va tomando fuerza… Viejos actores toman bríos renovados y se atisba un nuevo orden internacional multipolar, muy incipiente. Además, el adiós de Obama a la Casa Blanca certificó la pérdida de influencia estadounidense en el mundo.

El parón de la pandemia puso sobre la mesa cómo funcionan los resortes, los mecanismos del poder en el escenario internacional y cuando aún llevábamos puestas las mascarillas llegó la guerra de Ucrania ¡y despareció el coronavirus!

El hecho de que el G-8 expulsara a Rusia por la invasión de Crimea facilitó que este país apostara más por otras reuniones informales, como el foro BRICS, e instituciones internacionales, como la OCS. Poco a poco, se iba conformando un bloque alternativo de países que ofrecían una visión del mundo muy distinta a la que dictaba Washington. De hecho, ahora, cuando en los medios de comunicación españoles se dice que el mundo está con Ucrania y uno compara eso con el mapa que dejan las votaciones de resoluciones en la Asamblea General de la ONU, ve que en realidad “el mundo” se limita a 60 países de casi 200 que hay en el planeta. Ya no hay una adhesión ciega a los postulados de Estados Unidos. Para bien o para mal, esa es la realidad.

La guerra en Ucrania, la tensión en el Indo-Pacífico y el conflicto armado en Palestina muestran casi las mismas fracturas geopolíticas globales. ¿Qué nos dice esto?

Todos esos “episodios” nos van orientando en la misma dirección: Estados Unidos ya no es el amo del mundo. Ahora China es quien va marcando el camino, que se está cumpliendo la profecía de Graham Allison cuando habló de la Trampa de Tucídides, de la rivalidad chino-estadounidense que, casi inevitablemente, acabaría en guerra. Y, en efecto, se van poniendo de manifiesto, cada vez de manera más clara, los movimientos de este tablero de ajedrez geopolítico internacional: blancas contra negras. Cada cual juega sus bazas, arriesga sus fichas, todo con tal de preservar a la Dama y al Rey y, al final, dar jaque mate. China y Estados Unidos usan, estratégicamente, a países intermedios que, de paso, alcanzan algunos de sus objetivos tácticos.

Estados Unidos parece dispuesto a mantener sus compromisos militares en Europa, el Indo-Pacífico y Oriente Medio por igual, ¿quizá está intentando morder un bocado ya demasiado grande para sus capacidades actuales?

En efecto, aunque el gasto militar de Estados Unidos supone el 50% del gasto militar de todo el mundo, esas cifras tienen su truco. En primer lugar, porque no cuesta lo mismo fabricar un misil en Estados Unidos que producirlo en China, Rusia o Irán; la conformación del complejo militar industrial americano, cómo funciona este sector, hace que el material que vende al Gobierno no sea precisamente barato. Y, en segundo lugar, porque para plantar cara en lugares que están lejos de tus fronteras se debe tener un buen respaldo popular; ya sea tu país una democracia o una autocracia, esto es así. Y este respaldo ya está empezando a flaquear en Estados Unidos con respecto a la guerra de Ucrania. En el caso del conflicto en Oriente Próximo es algo distinto, pues los americanos crecieron viendo este conflicto en la televisión y en las películas.

Así que, por lo tanto, queda bastante evidente que Estados Unidos ya no podría hacer frente a varios enemigos a la vez, no podría presentar batalla en diversos frentes. Es cierto que aún mantiene sus flotas desplegadas por el planeta, especialmente la VI y VII flotas, en el Mediterráneo y el Pacífico, pero ya la RAND Corporation advirtió hace cosa de un año que Estados Unidos debería dejar de centrarse en Rusia y abocarse a su auténtico “interés”, es decir, contener a su adversario en el Pacífico.

Es cierto, teniendo en cuenta que Estados Unidos considera a China como su principal rival estratégico, razón por la que despliega en el Indo-Pacífico mecanismos políticos, económicos y militares para contenerla. ¿Cree que podrá conseguirlo?

Estados Unidos es consciente de que China es ya imparable y por eso trata de rodearla a través de sus alianzas con Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, y todo el despliegue militar que ello conlleva.

Por supuesto, eso no significa que China aún tenga que sufrir para adelantar definitivamente a Estados Unidos y luego consolidar esa posición, ni tampoco significa que su economía no vaya a sufrir ningún tipo de revés. Pero la tendencia es clara. Poco puede hacer Estados Unidos para contener a China. En su Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, el presidente Bush hablaba de vigilar/controlar el proceso de democratización en China; esa mentalidad está más que sobrepasada y abandonada.

¿Qué tan probable es el riesgo de que surja una guerra entre ambas potencias, sea en torno a Taiwán o al mar de China Meridional?

Por desgracia, es altamente probable. En principio, por más que se diera un episodio de fricción entre elementos militares de ambos países –sea un choque entre barcos de guerra, una destrucción accidental, un derribo no intencionado de un avión, etc.–, la primera reacción no sería una guerra directa. Antes habría que pasar por varias fases, de escalada de tensión, por una respuesta proporcionada e inmediata. Habría llamadas a consultas de los diplomáticos y, en suma, se pondrían en marcha una serie de mecanismos previos al inicio de una guerra como tal.

Sólo se llegaría a una guerra abierta –tal y como la entendemos habitualmente, como la estamos viendo en Ucrania– después del fracaso de un buen número de medidas. Además, habría que tener en cuenta que, tal como admitió un general americano hace ya dos años, China le ha ganado a Estados Unidos la carrera por el misil hipersónico. Esta sería la primera vez que Estados Unidos sufriría ataques en su territorio y no sería solo en las bases americanas desplegadas en el Lejano Oriente, ni tampoco Hawái o Alaska, sino que los misiles chinos apuntarían ya a la Costa Oeste.

En este contexto, ¿cómo observa la disputa tecnológica que se desenvuelve entre China y Estados Unidos, en la que este país pretende impedir el acceso de aquél a semiconductores avanzados, a fin de afectar su desarrollo económico y la fabricación de armas sofisticadas?

Es un episodio más en esta guerra económica y comercial que se viene desarrollando entre ambas potencias desde, al menos, hace una década. La guerra ya no se desarrolla solo en el campo de batalla, sobre el terreno, sino que ese campo se ha desplazado también al ciberespacio, pero también a la economía. Y este aspecto concreto de los semiconductores es un punto específico de este enfrentamiento.